He escuchado alguna vez que es más importante ser capaz de hacer buenas preguntas que dar buenas respuestas. Pienso que esta afirmación, aunque pueda parecer un poco inverosímil, tiene mucho sentido y me gustaría analizarla.
En el contexto habitual de mis entradas en el blog, esta frase me hace pensar en cómo iniciamos las conversaciones con nuestros hijos ya desde pequeños para poder cultivar y favorecer la comunicación. Dominar el arte de hacer preguntas a nuestros hijos puede generar conversaciones, reflexiones, confidencias… pero no dominarlo nos puede llevar a todos a un callejón sin salida con respuestas monosilábicas, o lo que es lo mismo: no ir más allá de un sí o un no mayúsculos. Pero hoy no quiero hacer una reflexión sobre cómo hacer que la comunicación sea fluida, sino más bien en cómo encender la chispa del pensamiento crítico en nuestros hijos.
Hace unos años, durante unas vacaciones conocimos a una madre norteamericana que viajaba con sus dos hijos. En aquel momento nuestro país estaba hundido en una de las peores crisis de su historia. Aquella madre de dos niños, uno de 10 y uno de 14, quiso saber de primera mano hasta qué punto llegaba la magnitud de la tragedia. Estuvimos hablando y me llamó la atención que mientras que mis hijos, de edades similares, no participaban en la conversación, los suyos estaban perfectamente integrados a pesar de su juventud. Era evidente que aquellos niños habían tenido algún estímulo diferente a los míos, un estímulo que les había despertado el pensamiento crítico y la capacidad de opinar. En una segunda conversación, en la que estuve más pendiente de las estrategias de la madre que del tema en cuestión, conseguí ver su truco. Aquella madre tenía por costumbre parar la conversación con cierta frecuencia, dirigirse a sus hijos y preguntarles: ¿Y tú, qué piensas de lo que te están explicando? Los niños no podían bajar la guardia en ningún momento, escuchaban atentamente, procesaban la información sabiendo que en un momento u otro caería la pregunta mágica. Aquella constatación me hizo pensar mucho, no solamente en cómo estimulamos el pensamiento crítico desde casa, sino sobre todo también en cómo se hace desde nuestro sistema educativo.
Llevo algunos años ya haciendo de profesora de inglés y he observado que nuestros jóvenes tienen muy pocas ganas y pocos argumentos para exponer su opinión más allá de temas banales. Yo siempre había pensado que era normal, debido a la edad y la inmadurez de los chicos, pero con el tiempo y la experiencia he visto que no es así. Nuestro sistema educativo sufre una enfermedad y es que no provoca chispas, es una educación plana en la que el profesor da (en el mejor de los casos) y el alumno recibe. Es un sistema claramente unidireccional. Dudo que cuando se estudian los Reyes Católicos en la escuela haya muchos docentes que pregunten a sus alumnos qué piensan de todo lo que hicieron, o si ven algún paralelismo con la situación actual, o si sus decisiones políticas podrían haber tenido un impacto en la actualidad. Sería una grata sorpresa que lo hicieran.
Me consta que hay sistemas educativos en Europa en los que una asignatura como religión, que en algunos casos se puede considerar una asignatura “maría”, tiene una gran importancia en el currículum. Uno podría pensar que la razón es que se trata de un país o una escuela muy religiosos, pero no es así. En estos casos se trata de escuelas en las que se estudian 2 o 3 religiones, por ejemplo: cristianismo, islamismo y budismo. Los chicos aprenden por qué principios se rige cada una de ellas. El examen, y por lo tanto el reto, no consiste en “vomitar” información aprendida, sino en resolver una situación o un conflicto ficticios desde el punto de vista de cada religión. En este caso no hay respuesta correcta o incorrecta, siempre y cuando el alumno argumente adecuadamente la decisión que ha tomado poniéndose en la piel del practicante de una religión determinada. Sin duda, enfocada de esta forma, la asignatura toma otra dimensión, porque además de hacer que los alumnos piensen e interpreten, también les ayuda a ser un poco más abiertos y empáticos.
Para cerrar este post y hacerte pensar un poco sobre la importancia de potenciar el desarrollo del pensamiento crítico tanto desde casa como desde la escuela, te dejo con una frase que escuché hace pocos días en una conferencia: “Quien no piense tiene un alto riesgo de que su puesto de trabajo se robotice.” ¿Y tú, qué piensas de todo lo que te he explicado?