El domingo 14 de mayo leí una columna en El Periódico que me dejó perpleja. Se titulaba: “¿Es mejor ser empollón que buena persona?” y partía de una conclusión de un estudio que dice que “la colaboración crea mediocres, no excelentes”. A partir de aquí el autor explicaba sus vivencias recientes aplicando un método más cooperativo en la escuela de la que es Director del Área de Proyecto Educativo.
En una ocasión, un alumno de 2º de ESO (8º de básica para los de la quinta de EGB) afirmó que trabajando solo aprendía más matemáticas, y cuando la profesora intentó que reflexionara sobre la idea de que trabajando en equipo aprendía otras cosas como cooperar, dialogar o ayudar, el niño respondió que eran cosas que no hacía falta que se aprendieran en la escuela. A partir de este comentario de un niño de 14 años, al que todavía le queda mucho por madurar y evolucionar, el autor de la columna reflexiona sobre cuál debería ser la misión de la escuela.
Estoy de acuerdo cuando expone que la escuela debería tener la finalidad de trabajar por igual todas las dimensiones humanas. A pesar de todo me gustaría hacer una reflexión sobre el término “empollón”, a menudo aplicado a los alumnos que se toman muy en serio su tarea de estudiantes y que aspiran a sacar buenas notas. De entrada esta palabra esconde muchas connotaciones, que a mi parecer son: resentimiento, envidia e incluso a veces carencias personales. Dudo de que ningún padre con un hijo buen estudiante lo tache de ‘empollón’. Entonces, ¿quién llama así al alumno responsable?
Me pregunto por qué tenemos que despreciar a una persona por querer hacer bien la tarea que se le ha encomendado, en este caso estudiar. Los ‘empollones’ demuestran que son personas capaces, por lo menos, de esforzarse en algo. ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Por qué ponemos un calificativo peyorativo a los estudiantes excelentes o a los que se esfuerzan? ¿Y en cambio no lo hacemos con un niño que, por ejemplo, se pasa el día jugando a fútbol porque quiere ser el mejor? Dichoso populismo, ¿dónde vamos a llegar? El alumno excelente mal llamado ‘empollón’ resulta que es bueno haciendo lo que le exige nuestro sistema educativo enjaretado, por lo tanto si lo que hace es estudiar, la culpa no es suya sino del sistema, que mide su valor en función de las notas que obtiene.
Otra cuestión diferente es la de la ética y los valores. Uno puede ser un estudiante excelente y ser un indeseable, o ser un estudiante pésimo y una bellísima persona. Incluso podría ser una bellísima persona y un estudiante excelente o un pésimo estudiante y además mala gente. ¿Por qué tendemos a buscar la parte oscura de las cosas buenas? ¿Dónde está escrito que la responsabilidad y la inteligencia tengan que estar reñidas con la bondad?
Como padres y docentes tenemos una enorme responsabilidad: tenemos que educar a los niños, tanto académicamente como en valores. Asegurémonos de ser un buen ejemplo. No entiendo a las personas que aplican el término mediocre cuando hablan de los niños. Es estigmatizador, limitador y despectivo. Para mí, hablar de alumnos mediocres no es correcto. La mediocridad está instalada en nuestra sociedad y, más que hacer referencia a niños mediocres, cosa que me entristece profundamente, tendríamos que hablar de adultos mediocres, de planes educativos mediocres o de sistemas mediocres.
El problema no es que una niña de once años, por ejemplo, mire películas de Kurosawa. El problema es toda la gente que se hace eco de la noticia mofándose de la protagonista, y los medios de comunicación que dan cancha a todos los comentarios que la ridiculizan en redes sociales. Como sociedad, ¿estamos preparados para educar?
Lee el artículo al que hago referencia aquí.