Nuestros hijos no son nuestros

Como muchos otros padres y madres, no puedo evitar hacer referencia a mis hijos con el posesivo “mis” o “nuestros”. Claramente no puede ser de otra forma, ¡porque son míos! Pero cuando lo hago, siempre me queda un sabor de boca amargo teñido de egoísmo, y me asalta la pregunta: ¿son realmente ‘míos’? Esto me lleva a pensar, en primer lugar, en el por qué decidí tenerlos y, en segundo lugar, en cuál es mi misión como madre.

Más allá de los motivos que nos llevan a la mayoría a tener hijos, es innegable que el hecho de tenerlos nos exige una reflexión sobre cuál debe ser nuestro papel en este nuevo escenario. En mi caso, siempre he pensado que el gesto más generoso que podemos tener como padres hacia nuestros hijos es prepararlos para una vida sin nosotros.

En un mundo ideal, y pensando únicamente en mí, los querría siempre a mi lado, y yo estaría siempre al suyo. Pero si pienso en ellos, me doy cuenta de que, como pasa con cualquier otra especie del mundo animal, mi función es prepararlos para que se valgan por sí solos. Mi papel pasa por tomar pequeñas grandes decisiones desde que son muy pequeños, decisiones que seguro que tendrán un gran impacto en su manera de afrontar la vida en el futuro.

Estoy completamente convencida de que se puede estar encima de los hijos, observándolos e interviniendo cuando sea estrictamente necesario, pero dándoles margen para que sean ellos los que asuman responsabilidades y, evidentemente, que sufran las consecuencias de no hacerlo. Si eres sufridor/a como yo, además de no ser nada fácil, te pone a prueba constantemente, pero a favor te diré que, con dos hijos adolescentes como tengo ahora, pienso que fue un acierto actuar así.

Permíteme que te explique una anécdota: recuerdo perfectamente la cara de pavor de mis amigos cuando les explicaba que mis hijos con 6 años ya se preparaban solos la maleta para ir de vacaciones, o que siempre han sido ellos los responsables de saber qué días hacen educación física o que jamás he controlado la agenda de la escuela. Alguno pensará que actuando así quizá me haya desentendido de la tarea que me corresponde como madre, yo en cambio pienso todo lo contrario. Dejar que un día se olviden el chándal y que tengan que hacer educación física con zapatos, por ejemplo, lejos de ser un trauma es un aprendizaje que les preparará para todo lo que se irán encontrando a lo largo de su vida.

Por suerte o por desgracia, yo no estaré siempre a su lado para recordarles qué tienen que hacer, pero mientras esté, les repetiré que esta vida que viven es la suya, que ellos no me pertenecen y que yo les ayudaré en su crecimiento, para que en el peor de los casos siempre se tengan a ellos mismos con sus aprendizajes y cimientos sólidos.

Por último, quiero compartir contigo dos escenas de la película Ray Charles. Te aviso de que son muy intensas. Para mí son una muestra de amor en mayúsculas. Y tú, ¿qué opinas?

https://www.youtube.com/watch?v=a6IkBnPyUvc

https://www.youtube.com/watch?v=09YDqmTfZiY

Compártelo en >