Lo admito, yo he repetido, ¿y qué?

Se acaba un nuevo curso y me vienen a la memoria recuerdos, experiencias y aprendizajes de mi época de profesora y directora de la escuela de Manresa. Estar permanentemente rodeada de padres, madres, alumnos y profesores me hacía sentir que formaba parte de un pequeño universo donde siempre encuentras a un ejemplar de cada especie. Observaba a los padres y a sus hijos, copiaba lo que veía que daba buenos resultados y evitaba lo que no. Siempre me he sentido en posesión de un privilegio único: ser espectadora de cómo crece y evoluciona un ser humano y la influencia que tienen sobre él tanto sus padres como los amigos.

Pero hoy no tengo la intención de hablarte de esto, aunque algún día quizá sí lo haga. Hoy me gustaría hablarte de un prejuicio que existe en nuestra sociedad y que, desgraciadamente, estigmatiza a los niños y les priva de la oportunidad de aprender con fluidez. Hoy te hablo de “repetir curso” y, aunque podría ser extrapolable a todos los ámbitos de la educación, me centraré en los cursos de inglés, que es lo que conozco.

En aquella época, cuando tenía contacto tanto con los alumnos como con sus padres, situaciones como la que te describo eran más habituales de lo que hubiera deseado. En ocasiones me encontraba con alumnos que tenían muchas dificultades para seguir el curso, principalmente porque en algún momento de su camino como estudiantes de esta lengua se habían perdido. Frente a esta situación, llegaba el momento inevitable de hablar con los padres, exponerles la cuestión y afrontarla.

A ningún padre nos gusta que nos digan que nuestro hijo tiene dificultades, pero negarnos a aceptar una realidad como esta, lejos de ayudar a nuestros hijos y de facilitarles el camino, aún se lo complica más. Tras exponer el “problema” y cuando, con el corazón en un puño, les sugería que el niño tendría que repetir curso, me encontraba con todo tipo de respuestas y reacciones. Desde un “¿me estás insinuando que mi hija es tonta?”, pasando por “no me sorprende, es que el método no funciona” o “ni hablar, mi hijo no va a repetir curso, dale trabajo extra y ¡ya verás cómo aprueba!”. Incluso alguien me había llegado a insinuar que el hecho de que su hijo repitiera curso iba en mi interés, ¡porque así se pasaría más años abonando la cuota!

Pero más allá de los detalles y las anécdotas, quiero exponer la importancia de afrontar de forma positiva y constructiva este tipo de situaciones que en algún momento nos pueden llegar a todos los que tenemos hijos. Sea como sea la razón por la que un alumno no sigue el ritmo del curso, lo que está claro es que si el aprendizaje no es sólido desde la base, nunca se alcanzará el conocimiento con plenitud. Y si eso pasa en muchos ámbitos, cuando se trata de una lengua extranjera, todavía más. Una lengua, igual que las matemáticas, requiere haber asimilado unos conocimientos básicos sobre los que basaremos los aprendizajes futuros. Si bien no hace falta ser un experto para entender que en las matemáticas hay que dominar bien la suma, la resta y la multiplicación antes de llegar a dividir, en el caso de las lenguas parece que no es tan evidente. Evidente o no, si lo que queremos es adquirir unos conocimientos sólidos, la realidad es que lo que es aplicable a las matemáticas lo es también a las lenguas. Estoy convencida de que cualquier padre o madre que apunta a su hijo a inglés, lo hace con la finalidad de que acabe aprendiendo, y dudo de que cualquier profesional en mi sector intente ganarse mejor la vida haciendo repetir curso a un alumno.

Para ilustrar lo que digo, creo que no hay nada mejor que compartir contigo una experiencia personal. Cuando tenía 17 años quise empezar a estudiar alemán, a la vez que hacía bachillerato y estudiaba dos lenguas más. Fui una ingenua, pensé que podría hacerlo todo y bien, y subestimé la dificultad y dedicación que requería una nueva lengua como el alemán. El hecho es que, cuando acabé aquel primer curso, tenía muchas carencias y cuando llegué a la universidad, decidí repetir primero y empezar de nuevo. Como por arte de magia todas aquellas dificultades que había experimentado la primera vez se fueron desvaneciendo a una velocidad sorprendente. 

Darme la oportunidad de empezar de nuevo sin partir de cero marcó la diferencia; me permitió disfrutar del proceso, coger seguridad y construir una base sólida. Es por ello que estoy totalmente en contra de las clases de repaso si el único objetivo es poner un parche para pasar un examen o de curso. Un parche sobre una mala base siempre es un parche que, lejos de solucionar un problema, simplemente lo perpetúa. En muchas ocasiones, repetir curso es dar al alumno una segunda oportunidad para poder aprender y crecer en seguridad y en autoestima. Estoy segura, porque así lo he vivido, de que repetir un curso no es un año perdido sino una nueva oportunidad para crecer aprendiendo. 

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