La historia de una cinta y una madre que no sabe coser

Un día, cuando mi hija era pequeña, tuvo un disgusto enorme: se le descosió la cinta que ataba su pañuelito a la bata de la escuela. Dicho así puede parecer una banalidad, pero enseguida entenderás por qué este incidente sí era un problema para ella. Cuando la maestra la vio angustiada por lo que había pasado, intentó consolarla diciéndole que no llorara, que una cinta descosida no lo merecía y que su madre ya se lo arreglaría. En ese momento el drama fue aún mayor porque mi hija sabía que yo no se lo podría arreglar, simplemente porque ¡no sé coser! Seguramente pensó que iría todo el curso con la cinta colgando sin arreglar. Te puedes imaginar la magnitud de la tragedia.

Una vez en casa tuve que explicarle a mi hija que el hecho de que su madre no supiera coser no era ningún problema, que no somos más o menos mujeres ni mejores o peores madres por no saber desempeñar ciertas tareas que, histórica e injustamente, se han etiquetado como femeninas. Ha llegado el momento de ponernos manos a la obra para soltar un lastre que arrastramos desde hace ya demasiadas generaciones. Hay que hacer pedagogía sobre la igualdad de las personas desde el primer día y también desde casa: eliminar prejuicios y perjuicios que nos empequeñecen frente el crecimiento frenético del mundo y que entorpecen el camino hacia los objetivos que nos fijamos.
 
A menudo vemos en los medios de comunicación que pocas mujeres ocupan puestos directivos en nuestro país, y la mayoría de veces la solución pasa por cumplir con cuotas que, bajo mi punto de vista, son totalmente injustas. Por el bien común, cualquier cargo de responsabilidad se debería conseguir por méritos y no por género. De hecho hay muchos otros aspectos de naturaleza injusta que podría reivindicar, pero si tuviera que destacar uno que supone un gran lastre para muchas mujeres, sería la desigualdad en el reparto de las tareas domésticas y la atención a los hijos.

Todavía hoy en día las mujeres cargan con la mayor parte del peso de la casa y la familia. Personalmente me ofende mucho que se diga que hay hombres que “ayudan en casa” por el simple hecho de colocar los platos en el lavavajillas, limpiar el baño, cocinar o planchar. Creo que lo que más desgasta a una mujer no es tanto la ejecución de las tareas en sí, sino la planificación: los pensamientos omnipresentes de los que no se puede desconectar y que roban espacio a cualquier otra idea que no tenga que ver con la logística familiar o del hogar. Sin duda, a pesar de que para llegar a ser un directivo no hace falta ser un superhombre, parece que para llegar a ser una directiva sí que es necesario ser una supermujer. 

Hoy te he contado una sencilla anécdota que ocurrió cuando mi hija era pequeña. Por desgracia podríamos contar muchísimas más y la mayoría no serían tan “amables” como la mía. Me gustaría conocer las tuyas, ¿me las cuentas?

Compártelo en >