Leo estupefacta las noticias del juicio de “La Manada”. De hecho, solo el nombre ya me horroriza. Sinceramente, seguir el proceso judicial de estos 5 chicos acusados de violar presuntamente a una chica de 18 años durante los sanfermines de 2016, y todo el ruido mediático que lo rodea, me hace perder la fe en la justicia. Siento que nuestra sociedad está en las antípodas de ser una sociedad en la que los hombres y las mujeres sean tratados como personas independientemente de su género. No me puedo quitar de la cabeza cómo un grupo de jóvenes habría podido cometer un acto tan atroz. Debe ser por deformación profesional, pero no puedo parar de pensar en qué momentos de su educación, en el sentido más amplio de la palabra, han fallado todos los que han intervenido en el proceso.
Pienso en unos padres y unas madres que, fruto de su amor, tienen un hijo, o quizás más de uno, y quizás también alguna hija. ¿Qué ser nacido de una mujer y del amor puede actuar de modo tan cobarde y a su vez tan cruel contra el género que le ha dado la vida? ¿Dónde hemos fallado como familia, como escuela y como sociedad, para que estos jóvenes hayan sufrido tal deformación de carácter? ¿Qué se ha hecho? ¿Qué no se ha hecho?
Desconozco la respuesta a estas preguntas en el caso concreto de cada uno de los integrantes de esta banda, pero tengo muy claro que todos los que hemos sido espectadores desde la distancia tenemos la obligación moral de hacer algunas reflexiones.
Nos hemos acostumbrado a micromachismos diarios, estereotipos que persisten a lo largo de las generaciones y que no consiguen más que hacernos insensibles a ciertos actos y actitudes machistas. Quizá te suenen algunos de estos ejemplos: anuncios de televisión sexistas, lenguaje cotidiano en el que prevalece el género masculino, hipersexualidad omnipresente, cambiadores de bebés en los servicios de mujeres o el famoso manspreading. Por una parte, es cierto que cuando mi madre era joven la situación era mucho peor (por ejemplo, una mujer no podía ser la única titular de una cuenta bancaria, los hombres eran mayores de edad a los 18 años y las mujeres a los 21, etc.), pero por otra parte aún nos queda mucho camino por recorrer. Poco a poco y a fuerza de persistir, se irán cambiando cosas, empezando por desnormalizar situaciones y actitudes que son del todo inaceptables.
Está claro que hace falta mucho más que los micromachismos a los que estamos expuestos para que niños felices se conviertan en personas crueles y sin escrúpulos, pero si queremos conseguir la igualdad de género, tenemos que trabajar desde los cimientos, desde casa, con lo que consumimos en los medios de comunicación y con lo que transmitimos a través de nuestros actos. La educación en la igualdad hará que nuestros hijos sean mejores personas y además creará un clima que les permitirá ser más críticos y mucho más tolerantes.
Los adultos, y concretamente los padres y los profesores, somos el ejemplo a seguir para nuestros hijos y alumnos. Debemos ser conscientes de ello y esforzarnos en ser las personas en quienes queremos que se conviertan.
Construir un futuro mejor también pasa por conseguir una sociedad más justa e igualitaria y eso sí que, en parte, está en nuestras manos. ¿Cómo podemos hacerlo?
- Dando ejemplo: nuestros hijos imitan los modelos que ven día a día. Alejémonos de roles y comportamientos sexistas.
- Tratando a niños y niñas por igual. Reforcemos la idea de que todos somos iguales desde pequeños.
- Con juegos y juguetes unisex. Hay muchos juegos que no tienen roles asignados. ¡Huyamos del rosa y el azul!
- Respondiendo todas las preguntas que nos planteen: tratemos a nuestros hijos como futuros adultos. Con transparencia y siempre abiertos al diàlogo, tenemos que poder responder a todas sus dudas y recriminar actitudes que creemos que no son adecuadas.
- Compartiendo responsabilidades y tareas, ya sea en casa o fuera de ella: no les hará ningún daño hacer las camas, barrer, tender la ropa o cuidar a la mascota.
- Si eres padre, trata a cualquier mujer como querrías que cualquier hombre tratara a tu hija.
Con pequeños cambios podemos hacer que nuestros hijos se cuestionen ciertas actitudes y actos normalizados y fomentar su sentido crítico frente a las desigualdades. Estamos expuestos al machismo diariamente y tenemos que ganarle terreno con sentido común, entre todos y desde todos los ámbitos, lo cual incluye educación, medios de comunicación, gobiernos, justicia y familia.
*Luis Bonino, psicólogo argentino, creo el término “micromachismo” en el año 1990. Define los micromachismos como: “aquellas conductas masculinas que sobreponen la autoridad de los hombres por encima de la de las mujeres”.