Hagamos un ejercicio de reflexión. Cuando te levantas por la mañana, además de ir al baño y mirar el móvil, ¿qué más haces? ¿Cómo estás cuando te levantas? Puedes tener sueño, puedes estar callado, o puedes levantarte con mucha energía, pero está claro que cómo te levantas de la cama puede condicionarte el día. Sinceramente, ¿cuántas veces has pensado que el universo conspira en tu contra, que todos los semáforos se ponen en rojo cuando te ven llegar o que todo el mundo se ha compinchado para que tengas un día horroroso? ¡Espero que en el fondo no te creas nada de eso!
La buena noticia es que normalmente solo depende de ti enderezar un mal día. Evidentemente, no puedes controlar los semáforos de la ciudad, pero sí puedes conseguir que no te afecte encontrártelos en rojo. ¿Y cómo se hace? Con actitud, ¿cómo si no? Victor Küppers no se cansa de repetirlo en todas sus ponencias. Doctor en Humanidades, formador y conferenciante, participó en nuestra Convención Anual de 2015 en Toledo y guardamos un gran recuerdo de él. Victor Küppers ha hecho famosa la particular fórmula del valor de las personas: V=[C+H]xA, donde V es el valor, C son los conocimientos, H son las habilidades y A es la actitud. En esta fórmula todo suma, menos la actitud, que multiplica. ¡Cuánta razón! Está claro que las aptitudes y la experiencia son muy importantes, muchísimo, pero, en palabras del mismo Victor Küppers: “A ti no te hace grande lo que sabes, ni la experiencia que tienes, sino tu forma de ser. Todas las personas fantásticas tienen una forma de ser fantástica”.
La docencia y la actitud
La actitud siempre es importante, te dediques a lo que te dediques, pero lo es todavía más en el mundo de la docencia, donde te puedes convertir en el espejo de muchas personas. La figura del profesor puede ser una fuente de inspiración para nuestros hijos, o todo lo contrario, pero en cualquier caso puede acabar siendo un ejemplo a seguir, ya sea bueno o malo.
Como profesora, puedo decirte que se siente una gran responsabilidad cuando te pones al frente de una clase, a veces no tanto por los contenidos que tienes que enseñar, sino justamente por todo lo que no está escrito en ninguna guía docente. Empezando por la higiene personal o tu forma de vestir, hasta el lenguaje corporal y el verbal, cada detalle es importante, ya que puede dejar huella. Todos tus actos pueden ser imitados y hay que ser coherente entre lo que predicas y lo que haces, y obviamente la actitud forma parte del paquete y tiene un peso muy importante. Si, por ejemplo, preguntáramos a los estudiantes qué les gusta de un profesor/a, estoy segura de que el 90% de las respuestas harían referencia a su actitud: es agradable, alegre, apasionado/a, empático/a, cercano/a, comprensivo/a, justo/a, etc. La actitud, siempre, como punto de partida.
Recuerdo una conferencia del formador y conferenciante Emilio Duró en la que decía que las empresas deberían contratar a las personas según cómo suban las escaleras, ya que quien las sube dando saltitos o con energía, demuestra una actitud muy diferente a quien las sube arrastrando los pies. Un docente con actitud positiva puede provocar grandes cambios en sus alumnos, porque los niños y los jóvenes son maleables y están abiertos a nutrirse de su entorno.
Un profesor puede ser una eminencia en su materia pero, si le falta actitud, difícilmente podrá transmitir todo su conocimiento. En cambio, también hay profesores que puede que tengan un menor dominio de una materia concreta pero, además de conseguir que los alumnos aprendan, consiguen que crezcan como personas.
La actitud con la que afrontas el día a día marca tu trayectoria, profesional y personal, y además se contagia. Hay un vídeo muy divertido en el que aparecen unos alumnos de primaria que deciden cómo van a empezar el día: con un abrazo de su educadora, bailando o chocando los cinco. Mira el vídeo y fíjate en la maestra, su actitud, su sonrisa, su disposición absoluta. Estos son los profesores que marcarán a nuestros hijos.
¿Y tú, cómo quieres empezar el día? ¿Bailando?