¿Y tú, qué quieres ser de mayor? Es una de las preguntas más impertinentes que nos hacen desde muy pequeños. Esta pregunta hace que desde muy temprano nos tengamos que imaginar qué papel nos gustaría representar cuando seamos adultos.
Todos, niños y niñas, pasan por una época en la que quieren ser astronautas, futbolistas, policías o maestros. Pero lo que no saben es que lo único que tienen que hacer es ser felices. De hecho, las respuestas a estas edades son fruto de ese deseo de felicidad. La candidez con la que un niño responde a esta pregunta a menudo nos arranca una sonrisa y pensamos: “¡Santa inocencia!”. Ya tendrán tiempo de decidir qué quieren hacer y, sobre todo, de cambiar mil veces de opinión. Porque ya pueden llevar 18 años respondiendo a la misma pregunta que, cuando llega el momento de la verdad, de escoger el camino profesional, aparecen las dudas y los miedos, como si la decisión que están a punto de tomar fuera a hipotecarles para toda la vida. Y es en este punto en el que muchas veces los ideales y las vocaciones se ven reemplazados por la practicidad.
Hace unas semanas que los futuros universitarios se enfrentaron a lo que todavía hoy es uno de sus mayores retos: la selectividad. Por cierto que el mundo ha cambiado muchísimo en los últimos 40 años y hay aspectos que se han quedado atrás: por ejemplo, medir el conocimiento de los futuros profesionales solamente con unos exámenes como estos. Mi sugerencia es que hubiera un tipo de prueba que cuantificara la vocación y que el resultado fuera determinante para acceder a ciertos estudios. Pero lo que quiero decir es que la selectividad es un punto de inflexión en la vida de los alumnos y quizá le damos demasiada importancia.
¿Cuántas personas cambian el rumbo de su vida profesional pasados los 30? No es nada malo cambiar de profesión o ponerse a estudiar con 30 años. Más bien se trata de un acto de valentía, dejar atrás un trabajo o unos estudios que no te hacen feliz nunca puede ser un fracaso. Yo me siento inmensamente feliz con mi trabajo y, cuando miro atrás y pienso en todo lo que he hecho para llegar hasta aquí, me invade un sentimiento de orgullo por haber tenido el valor suficiente de no haber sido esclava de mi primera decisión, ya que inicié unos estudios que no tardé en ver que no estaban hechos para mí.
Hay personas que se pasan años hipotecando su talento en un empleo que ni les llena ni les gusta. La clave del éxito está en amar lo que haces, ya sea empastar un diente, limpiar una habitación de hospital, explicar qué pasa en el mundo o acompañar a los niños de hoy en día en su crecimiento personal. Quizá la clave está en no parar de soñar nunca, en pensar que ganarnos la vida en un trabajo tiene que ser la consecuencia y no tanto el objetivo, porque de hecho, ¿alguien duda de que hacer el trabajo bien y con amor no es rentable?
¿Si ahora te preguntara que valoraras del 1 al 10 el nivel de satisfacción con respecto a tu carrera profesional, qué me dirías? ¡Pensemos en ello!